jueves, 12 de marzo de 2009

VIVIR LA NAVIDAD DESDE EL CORAZÓN

Desgraciadamente en nuestro mundo occidental la Navidad ha ido perdiendo su sabor, su sentido más profundo. Esta fiesta tan importante para el católico, en donde se celebra el nacimiento del Niño Dios, se ha devaluado a una fiesta puramente social y familiar. La faceta humana y lúdica va arrinconando cada vez más a la espiritual, noqueada por el espíritu naturalista de nuestro siglo. Desde noviembre nuestras ciudades se acicalan con motivos navideños sin dejar tiempo siquiera a que se instale el Adviento. Llega la Navidad Comercial. Los grandes y pequeños centros comerciales hacen su agosto en Navidad. Es la fiesta del consumismo. La Navidad es una buena excusa para regalar o regalarnos aquel capricho que el resto del año produciría pudor a nuestra cartera.

Pero…este año estamos en crisis y por lo tanto se hará de la necesidad virtud, se vivirá la Navidad con más austeridad, obligados por las circunstancias. Dios se vale de las circunstancias adversas para atraernos hacia sí. Cuando nos va todo bien, gastamos y disfrutamos como si no hubiésemos de morir. En cambio cuando las cosas no van tan bien, por ejemplo en tiempos de crisis económicas, nos volvemos más a Él.

Recientemente el Papa, ante la caída de los grandes bancos mundiales, nos invitó a reflexionar. Ninguna cosa de este mundo es sólida y estable. Los poderosos bancos se pueden derrumbar en un momento como un castillo de arena ante la ola de la crisis. El Vicario de Cristo nos invitó a poner toda nuestra confianza sólo en Dios. De esta manera superaremos la crisis espiritual en que vivimos.

Querido lector desde estas pobres líneas, sin ofrecerte nada nuevo y que no sepas, quiero recordarte que se puede vivir la Navidad de otra manera:

Recógete y ponte en silencio. La Navidad no está en las fiestas, en los regalos ni en los brindis. La vivencia espiritual profunda de este misterio sólo puede vivirse en el silencio del corazón.

Mírate a ti mismo y bajo la mirada de Dios. Acéptate como eres, con todas tus infidelidades, con tus defectos... Toma en paz, sin amargura, tu pasado y tu presente. Eres pobre, limitado e imperfecto. Trata de sentir dentro de ti ese vacío de tu corazón. El único que lo puede llenar es ese Niño, que es Dios.

Deja que te hable la Luz que viene a visitar las tinieblas de este mundo; tú también estás en oscuridad, y no hay más luz que la que viene a traer este Niño. Dios viene a nacer en tu corazón. Él, que hizo tu corazón, quiere venir a él como lo hizo en el pesebre.

Métete a la escena y mira a ese Niño. Él es la Palabra, y sin embargo no habla. Los recién nacidos no hablan. Pero el silencio de este Niño vale más que miles de sermones. En este mundo de tanta palabrería, este Niño, que es la Palabra, está en silencio, pero dice tanto.

Acepta tu pobreza. No importa que tu corazón sea pobre. Él también era pobre y vino buscando especialmente a los pobres. La pobreza mayor del hombre es el pecado. Mira, pues, tu corazón que es tan pobre como el pesebre, y las pajas tan de poco valor como tu pasado, presente y futuro que no conoces.

Ya no mires atrás, pues la vida no tiene vuelta. Mira tu presente tal como está, y tu futuro incierto. No caigas en la tentación de preguntarte el “porqué” de tantas cosas que te han pasado. Pregúntate, ante ese Niño, el “para qué” de todo esto. El futuro está en las manos de Dios y en la respuesta que des esta Navidad al Señor.


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