miércoles, 27 de julio de 2011

COPLAS A LA MUERTE DE MI PADRE

Coplas a la muerte de mi papá (por Javier Navascués hijo)

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer… Nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar. Este mundo es camino para el otro, morada sin pesar; cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar…

Viernes 11 de abril. Sobre la ciudad condal se ciernen nubarrones de azabache. Los plomizos celajes amenazan la destemplada tarde primaveril. Atrincherado en mi sobria oficina, inmerso en la vorágine cotidiana, concentrado ante el deber…una tarde más…aparentemente… ¡Cuán lejos estaba de saber que en unos segundos iba a cambiar mi vida!

De repente el silencio monacal es invadido por la familiar estridencia del teléfono. Respondo presto…La voz de María Antonia ostenta una seriedad inquietante: Su tío quiere hablarle urgente…Un escalofrío invade todo mí ser…reacciono en milésimas…pienso en mi abuelita, muy anciana y delicada de salud…intuyo la crónica de una muerte anunciada…Mi tío taladra mis tímpanos con su habitual énfasis: Javier, malas noticias. Lo siento pero te lo tengo que decir: tu padre acaba de morir de un infarto.

La más acerba angustia tomó posesión de todo mí ser hasta su más íntima fibra. Resonó en mi corazón el péndulo del desgarro supremo. La más tenebrosa tristeza subyugó mi alma, la melancolía más espantosa me estranguló con el efluvio de la muerte. Fue el cenit del sufrimiento, la suma congoja. Se suspendió el tiempo, se recrudeció la aflicción, mi corazón se rompía en una agonía sin fin, sin atisbo de consuelo. La muerte de mi progenitor desfiló en mi retina como el más cruento caleidoscopio del dolor. El abatimiento traspasó el umbral del sufrimiento.

Ayer había departido con él, recordé vivamente su tierna despedida bañada en el amoroso timbre de su voz: -Javierico cuídate mucho…te llamaré como siempre el próximo jueves a las 10, 15. (Siempre fue fiel a su cita dejando en ridículo al más preciso reloj helvético)

En un viaje vertiginoso por el túnel de la memoria recordé a velocidad de la luz coloristas pinceladas de su deliciosa conversación…me dijo que cuidase mi salud, que cuando iba a “hablar” en la radio y que si además del correo tenía un blog…le respondí con dulzura y amor…Si por un imposible hubiese sabido que en poco más de 24 horas iba a abandonar este valle lacrimoso, hubiese tomado desesperado el primer avión a Zaragoza y una vez allí me lo habría comido a besos y abrazos diciéndole trillones de veces que lo quería con locura. Pero nadie sabe el día ni la hora y el ladrón de la muerte ya aguardaba agazapado la hora decretada por Dios. Velaba armas afilando la guadaña al compás de la más tétrica sinfonía.

Ahora ya era tarde. Demuestra Santo Tomás en la Summa que ni siquiera Dios puede hacer que lo pasado no haya sido. El tiempo pretérito, como oscura golondrina, jamás volverá. Me hallaba tiritando aterido ante el mayor jarro de agua fría de mi vida. Como hombre de fe, que confía ciegamente en la eterna misericordia de Dios, imploré cuál buen ladrón a Jesús y a María que le abriesen de par en par las puertas del paraíso. Llamé a mi director espiritual y pedí una Santa Misa por él. En ese momento crítico el mejor consuelo sólo podía venir de un hombre de Dios, de un ministro del Altísimo.

La tarde se me hizo eterna, el intensísimo dolor intentó en vano escapar por la vía de la ansiedad y el pasadizo de la evasión…todo inútil…El tsunami de la tristeza arrasó la playa de mi corazón.

Mis mejores amigos de aquí no se despegaron de mí…sus efusivas muestras de afecto anestesiaron por momentos el desquiciante dolor. Esa noche me fue imposible conciliar el sueño…las manecillas del reloj avanzaban a cámara lenta…Sólo el rezo del Santo Rosario me devolvió una paz que el mundo no puede dar.

Tras superar mi noche de pasión un tímido y bisoño nuevo día se desperezó en lontananza. En esta ocasión no amaneció tan pronto pero si estuve tan sólo. En plena alborada, con el mare nostrum como telón de fondo, partí con mis queridos tíos en dirección a la Tierra de la Virgen del Pilar. Tras pagar el peaje de la nostalgia nos adentramos en la asfáltica autopista, que aséptica transcurría paralela a la vetusta vía romana que unía Barcino con la inmortal Zaragoza otrora, en otro ahora, denominada Salduba, Cesaraugusta y Sarakusta…..

Obviamente la muerte de mi padre copó toda la conversación. Mi tío Jesús destacó por encima de todo su gran corazón, sacó a relucir un arsenal de tópicos: la mejor persona del mundo, un pedazo de pan…se desvivía por los demás…Curiosamente en él se fundía la hipérbole con la realidad.

Tras arribar en la capital del Ebro y acompañar a mis tíos en el ríspido trámite de la funeraria fui a consolar a mi abuela Lidia que me tenía preparada una frugal colación sin más especias que su amor. Mientras, Miguel Ángel Álcaraz, amigo íntimo, asesor y escudero fiel de mi padre en la recta final de su vida, inició una contrarreloj teléfonica en pos de avisar al mayor número posible de personas de la hora del funeral y sepelio.

Tras un postre fugaz me dirigí al domicilio de mi amigo Enrique que con su habitual gentileza me llevó en volandas al velatorio. Allí me abracé con dos de los grandes amigos de mi padre, Luis y Antonio…No me veía con valor de ver a mi amado papá dentro del ataúd, aunque aconsejado por uno de ellos me armé de coraje…y me lancé sin miedo por el tobogán de la entereza…

Me petrificó la primera impresión. Mi tío me echó el capote de la calma señalando la serenidad y la paz que irradiaban de su rostro…La razón gentilmente cedió pasó al corazón. En un instante sentí un amor por mi padre tan grande que deseaba morir para estar con él…y tan alta vida espero que muero porque no muero… Las lágrimas, cuál cera ardiente, irrumpieron con fuerza del lacrimal. La presa del sentimiento se desbordó torrencialmente. Es una experiencia espiritual cuasi imposible de describir. En un momento comprendí lo infinitamente bello que es el amor, la grandeza de pasar por la vida haciendo el bien, al igual que Jesús.

A lo largo de la atardecida me desbordó un alud de amigos de mi padre a darme el pésame y a confirmar una gran verdad que siempre supe e intuí, aunque nunca con una conciencia tan plena como ahora. Mi padre tenía un corazón ávido de amar a los demás. De pronto al igual que en el Escorial vi breve, pero claramente, danzar el sol cual disco plateado… era un guiño que me hacía Nuestra Madre del Cielo*

Nunca fui tan consciente de lo que lo amaba la gente. Pensar esto ante su serena faz me hizo de dicha enloquecer. Está sensación de plena felicidad se entremezclaba misteriosamente con la de una abismal tristeza por su pérdida. A partir de ese momento amé a mi padre como nunca lo había amado en mi vida, con la certeza moral de que ese amor por él no desaparecía jamás, pues había quedado impreso, de forma indeleble, en mi corazón, grabado al fuego lento del amor… Fue el día más feliz de mi vida y el inicio de una nueva vida. Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto….

¡Qué necio y ciego fui! Tantos años a su lado, y al igual que apóstol Felipe con Jesús, no conocía a mi papá. El Espíritu Santo, en un momento, descubrió el velo del misterio e iluminó las galerías más recónditas de mi corazón.

Al final de la vida nos examinarán del amor… Papá tú, al igual que María de Betania, elegiste la mejor parte, que nunca te será quitada. Que la Virgen Santísima, Nuestra Señora del Pilar, te guarde bajo su manto y te lleve pronto al Encuentro con Dios. Ahora verás a mamá…. Recuerdo la poesía que le dedicaste al conocerla y fruto de ella, tras un casto noviazgo y santa boda nací yo.

Blanca: Ahora eres más grande,

más bella, más buena que nunca.

El dolor es un alivio que lo purifica,

lo estiliza y lo levanta todo.

Ahora estás más cerca del cielo.

Te beso. Te quiero y te guardo en lo más escondido de mi corazón.

Recuerda que estoy siempre contigo.

11 de octubre 1969

P.D. Papá te dedicó esta humilde crónica que con tanto gozo, hubieses leído conmigo mientras desayunábamos, como tantas veces. Las veías con los ojos del amor. Doy gracias a Dios por el inmenso DON tuyo y de mamá. Hasta el cielo…No es un adiós, es un hasta luego. En esta tierra te tendré siempre presente, seguimos unidos por la comunión de los santos. Tus consejos y ejemplo son tu mejor legado. Te siento cerca de mí. Te amo.

jueves, 12 de marzo de 2009

VIVIR LA NAVIDAD DESDE EL CORAZÓN

Desgraciadamente en nuestro mundo occidental la Navidad ha ido perdiendo su sabor, su sentido más profundo. Esta fiesta tan importante para el católico, en donde se celebra el nacimiento del Niño Dios, se ha devaluado a una fiesta puramente social y familiar. La faceta humana y lúdica va arrinconando cada vez más a la espiritual, noqueada por el espíritu naturalista de nuestro siglo. Desde noviembre nuestras ciudades se acicalan con motivos navideños sin dejar tiempo siquiera a que se instale el Adviento. Llega la Navidad Comercial. Los grandes y pequeños centros comerciales hacen su agosto en Navidad. Es la fiesta del consumismo. La Navidad es una buena excusa para regalar o regalarnos aquel capricho que el resto del año produciría pudor a nuestra cartera.

Pero…este año estamos en crisis y por lo tanto se hará de la necesidad virtud, se vivirá la Navidad con más austeridad, obligados por las circunstancias. Dios se vale de las circunstancias adversas para atraernos hacia sí. Cuando nos va todo bien, gastamos y disfrutamos como si no hubiésemos de morir. En cambio cuando las cosas no van tan bien, por ejemplo en tiempos de crisis económicas, nos volvemos más a Él.

Recientemente el Papa, ante la caída de los grandes bancos mundiales, nos invitó a reflexionar. Ninguna cosa de este mundo es sólida y estable. Los poderosos bancos se pueden derrumbar en un momento como un castillo de arena ante la ola de la crisis. El Vicario de Cristo nos invitó a poner toda nuestra confianza sólo en Dios. De esta manera superaremos la crisis espiritual en que vivimos.

Querido lector desde estas pobres líneas, sin ofrecerte nada nuevo y que no sepas, quiero recordarte que se puede vivir la Navidad de otra manera:

Recógete y ponte en silencio. La Navidad no está en las fiestas, en los regalos ni en los brindis. La vivencia espiritual profunda de este misterio sólo puede vivirse en el silencio del corazón.

Mírate a ti mismo y bajo la mirada de Dios. Acéptate como eres, con todas tus infidelidades, con tus defectos... Toma en paz, sin amargura, tu pasado y tu presente. Eres pobre, limitado e imperfecto. Trata de sentir dentro de ti ese vacío de tu corazón. El único que lo puede llenar es ese Niño, que es Dios.

Deja que te hable la Luz que viene a visitar las tinieblas de este mundo; tú también estás en oscuridad, y no hay más luz que la que viene a traer este Niño. Dios viene a nacer en tu corazón. Él, que hizo tu corazón, quiere venir a él como lo hizo en el pesebre.

Métete a la escena y mira a ese Niño. Él es la Palabra, y sin embargo no habla. Los recién nacidos no hablan. Pero el silencio de este Niño vale más que miles de sermones. En este mundo de tanta palabrería, este Niño, que es la Palabra, está en silencio, pero dice tanto.

Acepta tu pobreza. No importa que tu corazón sea pobre. Él también era pobre y vino buscando especialmente a los pobres. La pobreza mayor del hombre es el pecado. Mira, pues, tu corazón que es tan pobre como el pesebre, y las pajas tan de poco valor como tu pasado, presente y futuro que no conoces.

Ya no mires atrás, pues la vida no tiene vuelta. Mira tu presente tal como está, y tu futuro incierto. No caigas en la tentación de preguntarte el “porqué” de tantas cosas que te han pasado. Pregúntate, ante ese Niño, el “para qué” de todo esto. El futuro está en las manos de Dios y en la respuesta que des esta Navidad al Señor.


¿POR QUÉ SE NOS HACE TEDIOSO ORAR?

Con frecuencia nos cuesta mucho hacer la oración. ¿Pero nos hemos parado a pensar donde radica esta dificultad? No sabemos orar porque nunca nos hemos aplicado en serio a conseguirlo. Nos falta dominio sobre nosotros mismos.

No dominamos nuestra imaginación: una cascada de ideas, de imágenes que se suceden en cadena, sin orden aparente ligadas unas a otras por ínfimos detalles…El 99 % de las evasiones en la oración nos las causan las preocupaciones terrenas…Nos afanamos en muchas cosas… y sólo una es necesaria. Las preocupaciones de la vida van desconectándonos de Dios. Y aislados del ambiente de Dios es imposible psíquicamente la oración.

Dios es para nosotros un ser vago, irreal, fuera de nuestra vida o al margen de ella. Por eso la oración nos aburre, nos parece algo artificial. La carne es aburrimiento de lo divino. Dios cansa y aburre porque no es objeto de nuestro entendimiento en este mundo.

El aburrimiento, la desgana, el desánimo…es el demonio más eficaz para derribar torres de entrega Cristo. La experiencia nos dice que gigantes de la vida espiritual han caído por este demonio. Y en esto está la base de que muchos cristianos se relajen.

Como conclusión: Si queremos poder orar tenemos que cambiar. ¿Qué nos lo impide? ¿La pereza mental? ¿La ligereza? ¿La falta de mortificación?

miércoles, 11 de marzo de 2009

EDUARDO VERÁSTEGUI

La sociedad, desbocada por el frenético progreso, transita a ciegas, sin criterio y sin rumbo. El avance tecnológico, beneficioso para el hombre, no viene secundado de un progreso espiritual. Cuantos más logros consigue el hombre, más autosuficiente se hace. Ha olvidado su condición de criatura mortal. Le obnubila la soberbia. Confía ciegamente en una ciencia que apenas le aumenta levemente la esperanza de vida. ¿Y después qué? ¿La nada? En el aspecto espiritual el mundo se ha tornado nihilista, involuciona hacia el sinsentido y vacío más absoluto.

El hombre ha vuelto el dorso a Dios. Deambula penosamente, huérfano de su razón de ser. La secularización y la desacralización son alarmantes. Es un proceso constante que gangrena el fundamento mismo de la sociedad. Un mundo cada vez más escéptico, donde campean a sus anchas las huestes del averno con alevosía y jactancia. Todos los males que nos oprimen tienen su raíz en el corazón del hombre. La Iglesia es la única antorcha válida y legítima en esta era de oscuridad. Sigue proclamando la Verdad, aunque el mundo está insonorizado a su voz. El hombre no busca la Verdad porque ha creado su propia verdad. El ser humano se ha entronizado como Dios. Se ha situado encima del bien y del mal. Es la medida de todas las cosas. La herejía del relativismo invade el planeta. Todo es opinable, todo vale, todo es subjetivo.

Pero en tiempos tan confusos no todo está perdido. La conversión del famoso actor Eduardo Verástegui es una bella muestra de ello. Tras experimentar un profundo vacío existencial en su ser, donde ni el triunfo, ni la fama, ni el placer le otorgaban un ápice de felicidad, su vida dio un cambio radical. Dios le preparó con mimo su Damasco particular y salió a su encuentro.

No se puede concebir el fenómeno de Eduardo Verástegui sin penetrar en su castillo interior, sin adentrarnos en sus recónditas galerías, sin traspasar sus íntimas moradas. Es el misterio del alma humana. Nadie da lo que no tiene. Para irradiar a Dios hay estar muy unido a Él.

Evidentemente, Eduardo tuvo un toque de Dios tumbativo. El dedo divino se posó sobre él con fricción inusitada. Una caricia sustancial que la ha otorgado la fortaleza necesaria para perseverar y salir indemne de severísimas pruebas y bogar contracorriente ante la poderosa industria cinematográfica.

Tracemos con delicadas pinceladas la imagen del cambio, el perfil de la conversión, el retrato del reencuentro. La efigie del hombre sin rostro ya se ha recompuesto. Es la historia de un alma. Una autopsia del amor muerto se ha tornado en radiografía de vida. La apasionante biografía de un hombre que estaba perdido y ha sido hallado.

Esta conversión es equiparable a la de ciertos laicos contemporáneos. Desempolvemos el baúl de la memoria. Recordemos las conversiones de André Frossard el agnóstico que encontró a Dios en la silente penumbra de una iglesia, la de Vitorio Messori, el marxista que cruzó el umbral de la esperanza, la de Lewis Carroll, que se despojó de su orgullo científico en la gruta de Masabielle. No olvidemos a Pascal ni a Chesterton, auténticos genios en sus respectivos ámbitos. Todos estos grandes conversos dejan una profunda huella en el mundo, al ser personajes influyentes en su tiempo. Son bocanadas de aire fresco, desgarradores bramidos de alerta que retumban en los tímpanos de la sociedad y la sacan del letargo.

Entre este elenco de personajes se puede hacer un pequeño espacio a nuestro protagonista. Es de admirar la humildad con la que ha encajado el éxito de la película Bella sin dejarse llevar de los caudalosos torrentes de la euforia. Una piedra desechada por Hollywood, o más bien él fue el que desechó a Hollywood, puede ser la piedra angular en donde cimienten millones de almas. Pero está película no ha surgido de la nada, como un capricho aleatorio. Es más bien la punta del iceberg de un proceso muy largo. Todas las dificultades sufridas, sus angustiosos años de espera sin una oferta digna de trabajo, Dios las transformó en bienes con un poderoso efecto boomerang.

Eduardo, comprobó amargamente que la vasija de la felicidad no se llenaba. Más tarde se dio cuenta que estaba vacía. Evidenció in situ lo vana que es la gloria terrena sin un fin superior. El triunfo frívolo es un espejismo de la felicidad plena. Una alegría efímera, inconsistente, que engendra decepción. Es como una fruta hermosa y apetecible por fuera, pero que al degustarla se vuelve amarga. ¿Lo tenía todo? ¿Qué entiende el mundo por tener todo?

Seguramente no coincidirá con la opinión de Santa Teresa de Jesús. Más bien no poseía nada, su vida era honda amargura, una trágica comedia de la que se sentía un títere impotente. Desde la cúspide divisaba todos los reinos de la tierra, sintió vértigo.

Tras una década ebria de triunfos, se había saturado, estaba ahíto de fama, sufría las arcadas de una gloria indigesta. Su vida era un abismo de vaciedad. Esperaba tocar el cielo con las manos cuando se convirtió en un despojo humano.

Los cantos de sirena del éxito se difuminaban en la nada más absoluta. En el horizonte se cernía la lúgubre sombra del vacío más absoluto. Pero la misericordia infinita de Dios quiso darle una oportunidad. Esta alma resquebrajada, desvencijada, hastiada de la vida, podía todavía salir a flote de todas sus miserias. El rayo de esperanza vino del cielo. Emuló a San Agustín. Al igual que el extático de Hipona abrazó las Sagradas Escrituras como última tabla de salvación. Buscaba a tientas un asidero en un océano de tinieblas. Necesitaba un leif motive para resurgir de sus propias cenizas. Se había forjado una vida libertina. Cinceló una existencia hedonista. Fue seducido por las sirenas del éxito. Se enmarañó en una espiral de inmoralidad, en la ciénaga de la impudicia. ¿Podría escapar de ese sórdido círculo vicioso? Hay circunstancias en la vida en las que hay que tomar grandes decisiones, allí se distinguen los niños de los hombres.

Es acariciado por la gracia divina, irrumpen los deseos de conversión. La empresa se antoja utópica, aunque con el auxilio divino no hay quimera inalcanzable.

La Palabra de Dios era el único bálsamo que podía sanar su atormentado ser. Dios le había empezado a hablar a través de su profesora de inglés y él estaba ávido por escuchar su Palabra, por seguir su voluntad. Se le abrió la mente embotada por el glamour del mundo y fue reblandeciendo su corazón. Al igual que Edith Stein pudo decir: Aquí está la Verdad. Tenía una deuda con Dios. A partir de ahora emplearía todo su ser y potencial energético en su servicio.

Le gustaría hacer por Él algo muy grande, ¿pero el qué? Dios no le quería como benedictino, sino como un laico que se santificase en medio del mundo. Era consciente de que podía hacer un bien inmenso. Sólo era cuestión de esperar el tiempo de Dios y canalizar todos sus buenos deseos en un proyecto concreto. Empezó a reflexionar sobre los dones naturales. ¿Y en qué había empleado hasta ahora esos talentos? Toda su producción artística le pareció vaciedad, como un pútrido estanque del que sólo emanaban efluvios de ideales mundanos.

¿Podría él crear una productora católica? ¿Podría realizar una película que defendiese los valores cristianos, a favor de la vida? ¿Por qué no? Ya tenía la suficiente experiencia y estaba acostumbrado a las grandes producciones.

Quizá humanamente fuese una locura. Si la cosa salía mal, podía ser su enterramiento profesional. Sólo quedaba poner todo en manos de Dios y dejarle hacer. Se sentía como el siervo inútil que no había hecho siquiera lo que tenía que hacer. Era ya hora de servir a su Señor. Una historia preciosa de amor, un canto a la vida no se podía contar de cualquier manera. Era consciente que, como Moisés, estaba pisando Tierra Sagrada. La película, merecía contarse de la mejor manera posible, con todo el ornato, dar a Dios lo mejor de sí mismo.

INOLVIDABLE DÍA EN MONTSERRAT

En la ciudad condal el período veraniego es tiempo penitencial. Al desquiciante calor estival se suma un plus mortificante, la pegadiza humedad. Chapoteamos cuarenta días y cuarenta noches bañados en las termas de un pegajoso bochorno. Tras la fiesta de la Asunción la Virgen amansa el clima, aplaca la irritante sofocación. La canícula del estío decrece su rigor y cede gentilmente el paso a una bonanza pre otoñal.

En estas hebdómadas asfixiantes el centro neurálgico de la capital barcelonesa es atestado por ingentes masas informes de turismo borreguil. Almas en pena que deambulan como ovejas sin pastor. Las arterias callejeras se inundan de un tropel de sudorosos foráneos en chanclas y tirantes que oprimen las aceras.

Huimos despavoridos del agobiante estrépito, de esta cárcel de vulgaridad y nos evadimos por unas horas del averno urbano. Ese día teníamos un encuentro muy especial, con una persona muy querida y entrañable y en el marco más propicio. El Padre Juan velaba armas bajo el manto de la Virgen de Montserrat.

El lugar elegido era un paradisíaco enclave, de cuento de hadas, una filigrana natural, el paradigma del locus amenus latino.

A las ocho de la mañana el despertador aniquiló súbitamente el sueño nocturno, antesala del que íbamos a disfrutar despiertos. Tras superar los minutos heroicos del despertar, un aseo diligente y desayuno expedito partimos en la carroza de metal hacia el Monte Serrado. Allí estaban: José Manuel, magnánimo corazón, que dirige a la perfección el volante de su vida. Puri, eficiente enfermera, culta y reflexiva, Feli, elegante pintora que habla poco y dice mucho y Javier, amigo del Padre Juan.

La hora de trayecto se evaporó en una amena tertulia. José Manuel conducía en comedido silencio, Javier y las señoras recreaban los clásicos de nuestra laureada literatura. En un suspiro oteamos ya la silueta escarpada del Monte Serrado. Desde siglos inmemoriales los gigantescos bloques pétreos, conviven armónicamente con este precioso vergel virginiano. Los aledaños de Montserrat son un paraje con visos de ensoñación. Para coronar el Monte de la Reina había que surcar diez Kilómetros serpenteantes donde a regañadientes sorbimos el ligero acíbar de un tenue mareo.

Al llegar al santuario nos acogió un exultante Padre Juan. Tras el afectuoso saludo escuchó en santa confesión a José Manuel. El joven le hizo partícipe de las mercedes que el Señor le regala a manos rebosantes. Seguidamente orientamos nuestro corazón al camarín de una Madre que no se cansa de esperar. Bajo su peana el Padre celebró una pausada y devotísima Eucaristía del Dies Domini. Tras una volátil pero profunda acción de gracias en la circular y coqueta capilla, por arte de magia picaresca hicimos la travesura de circular a contramano e infiltrarnos en el camarín. Ante los pies de la Moreneta depositamos el beso del corazón, descargando en él todos nuestros conflictos interiores.

El lapso de espera a la manducatoria establecida se consumió en un breve paseo testimoniado por un sol justiciero.

Confeccionamos una caminata de juguete. El trayecto fue exiguo y por cómodo asfalto. No era una senda idílica alfombrada de silvestres hojas desecas, aunque la metalúrgica pasarela regalaba a las pupilas una vista primorosa. Aprovechamos la placidez del entorno para entablar una conversación amical.

El Padre compartió con sus invitados las falencias de la feligresía castellonense, análisis clínico de un enfermo en descomposición: España anestesiada, descristianizada y neopaganizada.

Llegó de puntillas el turno del sustento corporal. El restaurante de la hospedería presumía de cierta distinción. La rústica bodega catalana emulaba vagamente las catacumbas romanas.

Degustamos las delicias de la casa. No era tiempo de ayunar, pues el novio estaba con nosotros. Días vendrán en que se vaya el novio y entonces ayunaremos. Después de aguzar los dientes y afinar nuestro paladar con los livianos y frescos primeros, degustamos los elaborados guisos cárnicos, entre precisas y preciosas acotaciones litúrgicas, dejando relucientes nuestras escudillas.

Tras el saboreo de los suculentos manjares montserratinos la sobremesa se prolongó almibaradamente hasta el crepúsculo. De repente la mesa se transformó en una sala de lectura. Desfiló por la misma alguna croniquilla de viaje con las que Javier quiso amenizar a los contertulios. Ante la insistencia del personal tomamos la decisión personal de acomodarnos en un salón aledaño. El Padre Juan deleitó a los presentes con sus atinados comentarios que se rendían ante la capacidad de evocación de su amigo, escribir sobre la cresta de la ola de las palabras, volar más deprisa que el pensamiento, Tremens et fascinan…

Puri, escuchaba boquiabierta sin que sus tímpanos dejasen escapar una gota del almíbar que destilaban los labios del Padre. Nuestra amiga pintora se deleitaba extrapolando la belleza literaria a la pictórica y el alma mística de José Manuel meditaba sonriente y complacida.

Sonó la hora de la despedida. No tuvo el amargo sabor del adiós sino el dulce regusto de un hasta luego. Al rebasar el pórtico de la hospedería nos deslumbró el Monte Serrado envuelto y revestido en fantasiosa neblina y celestial frescor.

El alcor de la Virgen era un gigante que dormitaba apacible al declinar la tarde. ¡Qué delicia era morar allí! Hubiésemos hecho tres tiendas, pero debíamos volver de la montaña de los sueños al mundanal ruido, pues las manecillas del reloj volaban inexorablemente hacia las diez de la noche, hora en que Javier, cual manceba Cenicienta, perdía su borceguí en el fortín de Xuclá. Tras una digital foto de grupo que inmortalizó este I Encuentro nos despedimos de la Moreneta con gemidos de pesar, pero con un tesoro en el alma que nadie nos podrá quitar: El inolvidable día pasado con nuestro gran amigo el Padre Juan*.


*Al que le dedico especialmente esta crónica…



POLONIA

La delegación de Barcelona se revistió de entrañas de misericordia


El 19 de Mayo emprendimos la peregrinación más larga de nuestra corta historia. La tenue llovizna matutina preludió la lluvia de gracias que nos calaría de fervor durante trece intensísimos días. Despegamos del Prat rumbo a la santa tierra de Polonia, uno de los grandes bastiones de la cristiandad, resistente a la oleada de indiferentismo religioso que asola Europa.

Tras sobrevolar las níveas cumbres alpinas la primera cita fue Niepokalanów. Ante todo nos edificó el fervor de los religiosos que moran en la actual Ciudad de la Inmaculada. Se desprendía una dulce esencia mariana de la celdita de San Maximiliano y de la austera capilla aledaña, única superviviente del bombardeo nazi. Visitamos las diferentes dependencias de esta bendita ciudad: el museo, el parque de bomberos, la imprenta… También participamos en el Santo Rosario que emitía en directo Radio Niepokalanów inaugurada por el mismo santo. Nos impresionó una bellísima representación de la historia de Polonia. En ella desfilaron sus principales héroes ataviados con bellos trajes de época. Igualmente nos cautivó una ingeniosa representación de los misterios dolorosos del Santo Rosario.

Al día siguiente nos hallamos ante el majestuoso santuario de Lichen y sus espaciosos jardines. De noche llegamos al santuario de Jasna Gora en Czestochowa tan añorado por SS Juan Pablo II. Al día siguiente celebramos la Santa Misa ante el icono de la Virgen Negra, símbolo y epicentro de la piedad polaca. Todo el mundo, familias enteras, oraba en el santuario con silencio y respeto inusual. Después participamos con gozo en la lindísima procesión del Corpus en donde comprobamos la sincera fe de este pueblo tan sufrido.

La siguiente convocatoria fue en Lagiewniki en el Santuario de la Divina Misericordia. Allí, ante la imagen de Jesús misericordioso, estuvimos tres días en la gloria, en nuestro Tabor particular. Hicimos tres tiendas que más tarde nos costaría abandonar. Contribuyó mucho el ambiente de silencio y recogimiento del recinto así como la modestia, alegría y caridad de las Hermanas. Una de ellas, la Hna Salvatrice impartió una conferencia preciosa sobre las diferentes facetas de la misericordia de Dios. Este santuario es ante todo un lugar de adoración. No en vano poco antes de morir Juan Pablo II escribió una carta a las religiosas pidiendo que tuviesen adoración perpetua allí, impetrando misericordia para el mundo entero.

El día siguiente seguimos las huellas de Juan Pablo II en Wadovice y alrededores visitando su casa natal, su parroquia, el santuario de Calvaria… Comprobamos el ferviente amor del pueblo polaco no sólo a su hijo más ilustre sino a la figura del Papado.

Al día siguiente tuvimos una cita con la historia en el campo de concentración de Auschwitz. A todos nos impresionó sobre manera hasta dónde puede llegar la barbarie humana y la fuerza de Dios en sus santos. El heroísmo del Padre Kolbe fue su máximo exponente.

Los reporteros de NSE se desplazaron a Cracovia, donde durante tantos años pastoreó a su grey Carol Wojtyla. Cracovia nos sedujo por su pasado colorista, asociado a los héroes nacionales como San Estanislao. Esta legendaria ciudad rebosa nobles recuerdos. La catedral de Wawel fue testigo antaño de la coronación de los reyes polacos. Las mansas aguas del Vístula, sus elegantes embarcaciones, los graciosos carruajes de sus calles, la hermosura de sus edificios y jardines envolvían el entorno de un ambiente de cuento de hadas.

Con dolor en el alma dejamos las santas tierras polacas rumbo a París. Tras un fugaz paso por el Arco del Triunfo y un breve saludo a los Campos Elíseos, celebramos la Santa Misa en la capilla de la Medalla Milagrosa. Fue lugar más idóneo para pedirle a nuestra Madrecita aquellas gracias que más necesitamos.

Al día siguiente nos hicimos como niños en Lisieux. Fue especialmente entrañable la visita a los Buissonets. En la chimenea, recordamos la gracia que recibió Santa Teresita el día de Navidad y comprendimos que Dios puede dar en un momento lo que llevamos años esperando.

Como colofón pernoctamos los tres últimos días en Lourdes donde ganamos el Jubileo al visitar y orar en los cuatro lugares establecidos.

Fue una delicia permanecer tres días en la gruta de Masabiele a los pies de la Virgen. Las plegarias, los cánticos marianos se fundían deliciosamente con el incesante murmullo del Gave. Participamos en el tradicional Rosario de las antorchas, incluso dirigimos los misterios en lengua española. Nos agradó el ambiente de recogimiento en medio de la multitud así como la fe de los enfermos. Con cansancio en el cuerpo, pena en el corazón y alegría en el alma regresamos a Barcelona. El año que viene, Dios mediante, nos espera Roma eterna de mártires y santos.



MEDJUGORJE


Un nutrido elenco de prelados italianos consultó a Juan Pablo II sobre la conveniencia de que su feligresía peregrinase a Medjugorje. La contestación fue categórica sin dejar un resquicio por donde asomase un mínimo equívoco:

-«Dejen que la gente vaya a Medjugorje. Allá se convierten, oran, se confiesan, hacen penitencias y ayunan».

Secundando este recio espíritu y en pleno alumbramiento del mes de María, con flores de buenas intenciones a porfía, la delegación de Barcelona se adentró 9 días en el corazón de la Europa cristiana. El autobús fue imantado por la seducción marina, pues en el mar tempestuoso de nuestra alma buscamos la Stela maris, añorada por San Bernardo, que nos lleve a puerto seguro. El itinerario estuvo engalanado con paisajes de ensoñación. Por tierra hubo un aguerrido pulso entre el encanto pirenaico y el embeleso alpino. Por mar un concurso de belleza entre el familiar mediterráneo y el misterioso adriático.

Medjugorje fue el momento álgido y la sabrosa guinda de la peregrinación, pero antes degustamos deliciosos manjares espirituales en el austral galo y en el septentrión italiano. Al adentrarnos en el principado monegasco nuestra conciencia tembló atónita por el contraste entre el desorbitante lujo montecarlino y el misérrimo estado de nuestros hermanos los pobres.

Tras pernotar en el santuario mariano de La Guardia las primicias de la peregrinación se las llevó Santa Gemita…La vida de la doncella de Lucca fue un rotundo fracaso en lo humano, pero como diría nuestro Padre Molina, un apoteósico triunfo a lo divino. Le enfermiza muchacha enfermó de amor a su Amor, el Hombre-Dios crucificado. Su vida fue un gólgota de sufrimientos, desprecios e incomprensiones. Allí al lado de sus restos celebramos la Santa Misa y meditamos con ella la locura de la cruz. Por la tarde, con espíritu de recogimiento, nos perdimos en el palacio Giannini, que fue su claustro particular.

Al día siguiente, por arte de magia celestial, volamos a Tierra Santa sin dejar suelo ítalo. Tuvimos la dicha de celebrar la S. Misa en la casita terrenal de Nuestra Madre Celestial. Un curso intenso de mariología en el aula magna más idónea, la casa del Pan de la Vida.

Antes de adentrarnos en tierras eslavas arribamos en Padua y allí ante la imponente Iglesia de San Antonio permanecimos boquiabiertos como los pececillos ante su sermón. Tras la férvida oración la brújula de nuestro corazón se puso rumbo a Medjugorje no sin antes deleitar nuestras pupilas y rendir pleitesía ante la hermosura de sus edificios y la lindeza de sus jardines…

Ya en terreno eslavo atravesamos varios fuertes y fronteras aunque gracias a la Virgen no temimos a las fieras. Eso sí los policías que nos solicitaron los pasaportes en regla, ataviados con un obsoleto uniforme gris, parecían salidos de una película de espías.

El adriático salió a recibirnos ostentando translúcidas aguas de enigmático verdor. En la anochecida llegamos a Medjugorje y nos pusimos a velar armas. Tras la alborada caminamos sobre el áspero guijarro de la montaña de las apariciones cuajada de silenciosos peregrinos. Algunos en silencio menor y otros en mayor, pero todos muy recogidos. Gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación rezando el Santo Rosario con un mismo corazón, emanando una piedad inusitada. Allí dejamos ante la Virgen todos nuestros problemas y conflictos interiores solicitando de ella aquellas gracias que más nos convienen y una fuerte dosis de metanoia.

Por la tarde nos desplazamos a la parroquia, rebosante hasta la bandera. La fila de los confesionarios emulaba la de la final de un mundial de fútbol. Por sus frutos palpamos con nitidez las huellas dactilares de la Virgen.

Partimos de Medjugorje con la sensación de haber dejado un pedacito de cielo, pero confortados con la presencia de la Madre.

Pero la ola de fervor de Medjugorje no murió en la arena de nuestro corazón. Nos esperaba Don Bosco en Turín, destilando dulzura salesiana y la candidez virginal de Dominguito Savio…Sus venerables restos descansaban en imponentes urnas bajo las coloristas cúpulas de la agraciada Basílica. Después veneramos los restos de San José Cafaso, director espiritual de San Juan Bosco en la iglesia de la Consolata, filigrana del barroco, cuya belleza y armonía superó las cotas imaginables. Las manecillas del reloj nos empezaron a perseguir con desquiciante frenesí, tanto es así que no pudimos ir como grupo a venerar la reliquia de las reliquias. Los más despiertos sí que lo hicieron en particular pero los demás no pudieron venerar la Sábana Santa, por fidelidad a la santa obediencia, que nos impelía a seguir religiosamente el guión establecido.

Antes de trazar el punto final de la crónica la pluma relatará la cita en Annency con el Santo de la dulzura. Allí ante la tumba de San Francisco de Sales aprendimos el arte de aprovechar nuestras faltas y la copa de nuestra alma rebosó paz. Tras el paréntesis celestial volvimos al deber terrenal a la ciudad condal. A todos les hizo mucho bien la peregrinación independientemente de gustar las mieles del consuelo o masticar el ajenjo de la desolación.


PARAY LE MONIAL

En mayo las tierras galas lucen sus mejores galas. Al traspasar la frontera el austero paisaje hispánico se hermosea. El agreste matorral mediterráneo, se transforma en tupidas praderas, imponentes arboledas, caudalosos ríos…

La fauna también se torna más agraciada. Salen a escena paisajística el delicado vacuno charolés, los esbeltos equipos y los donosos ciervos. Los elegantes poblados cuajados de jardines neoclásicos y palacetes de ensueño destilan un gusto exquisito.

Pero peregrinar no es una evasión poética ni un mero deleite sensorial. Peregrinar es viajar al interior del alma, buscar la renovación y conversión interior. Es a su vez símbolo de nuestro efímero paso por el gimiente y lacrimoso valle al que alude la Salve.

Nos esperaban tres emblemas de la cristiandad:

Parey Le Monial, Ars y Nevers. Nombres que hablan por sí mismos y que asociamos a los santos que los inmortalizaron.

Tras pasar la noche en ruta con la luna llena como testigo no dimos tregua a nuestros fatigados cuerpos y corrimos jubilosos a la capilla de las apariciones. Del altar, presidido por un lumínico cuadro del Sagrado Corazón descendieron abismos de misericordia sobre nuestras pusilánimes almitas. Por la tarde rezamos el santo viacrucis en escenario imponderable. Unos regios jardines salpicados de rutilantes efigies y cobijados bajo la perenne sombra de árboles centenarios.

Al día siguiente pusimos nuestro corazón a Nevers en pos de rezar el rosario solemne sabatino y venerar el incorrupto cuerpo de Santa Bernardita.

El domingo nos esperaba la aldea de Ars y su santo cura.

La primera cita fue la histórica casa parroquial, escenario de la encarnizada lucha entre el bienaventurado y el príncipe del averno.

El itinerario continúo por la humilde parroquia hoy ensalzada a majestuosa basílica. Rezamos ante el cuerpo íntegro del santo que emanaba un semblante tan dulce como austero. Nos recreamos visitando la Providencia y los aledaños de Ars.

Oteamos el castillo y llegamos hasta una preciosa estatua conmemorativa del encuentro del santo con el niño que parecía señalarnos igualmente la senda del cielo.

Ya el último día rezamos ante los restos de San Claudio de la Colombiere. La capilla coqueta y presumida emulaba una sinagoga judía de esplendidas columnas y coloristas mosaicos. Fue el broche aurero de la peregrinación.

EL CAMINO DE SANTIAGO

En el punto álgido, de máxima efervescencia, del Año Jacobeo emprendimos el añorado peregrinaje a Santiago de Compostela. No lo acometimos descalzos ni ataviados con el áspero hábito peregrino. La penitencia fue más liviana, aunque no nos eximió de levantarnos a las cuatro de la mañana ni de veinte horas de presidio en la carcasa del autobús con la única libertad condicional de las áreas de servicio. Los temperamentos claustrofóbicos hubiesen preferido zapatear sobre brasas incandescentes.

Recorrimos y seccionamos, de cabo a rabo, la piel de toro ibérica desde el Mare Nostrum hasta el Finis Terrae, inmemorial límite del hasta entonces mundo conocido. Fue un itinerario maratoniano, de costa a costa y de sol a sol, desde la aurora de Montserrat hasta el ocaso palentino.

El trayecto discurrió apacible por los desérticos páramos de la antigua Corona de Aragón y las doradas planicies del Reino de Castilla. De esta casta y sacra unión católica germinó el concepto de España. Fue, por tanto, una cita con la historia.

-La primera página del anecdotario la redactamos en Palencia. Rezumó tintes surrealistas, compitiendo con la escena más delirante del mejor Buñuel. ¿Religiosos almorzando en un McDonald? ¡Habrase visto! Las sotanas eran discordantes con el ambiente o mejor dicho, éste lo era con las togas sacras. Nos estuvo bien empleado, aunque cada empleado se desvivió en atenciones. Nosotros, a cambio, les insuflamos un soplo de esperanza a través de Nuestra Señora del Encuentro. Más que predicar a destiempo fue un apostolado desubicado y estentóreo.

-Tras la sui generis refacción material y regalarnos un grácil paseo vespertino reflejado en las glaucas aguas del Carrión arribamos en la catedral palentina. ¡Qué notorio contraste! El silencio y la sacralidad de sus vetustas piedras nos transportaban a los umbrales de la eternidad. ¡Qué diferencia con el bullicio del centro comercial! Sólo en el silencio se puede hallar a Dios, no en las deslumbrantes y artificiosas luces de neón, ni en las efímeras trovas de sirena de un siglo desacralizado.

-Celebramos con inusitada devoción la Santa Misa sobre el sepulcro del Beato D. Manuel González. Después de la silente acción de gracias, acariciamos su tumba con nuestros nacarados rosarios mientras se elevaba mansamente al cielo el dócil incienso de nuestras súplicas.

Tras la fugaz estancia en las tierras del legendario Jorge Manrique nos dirigimos al campo de la estrella (campus stellae) o Compostela… Una espesa neblina, con halo misterioso nos salió al encuentro en terruño gallego. El día subsiguiente nos transformamos en piedras vivas de la catedral participando en la Santa Misa de peregrinos. Posteriormente aguardamos una eterna fila que serpenteaba por el empedrado santiagués para abrazar al santo apóstol, o Señor Santiago, apelativo que, aunque emplean en buena lid los lugareños, se nos antoja disonante y no especialmente sacro. La espera mereció la pena, pues el jubileo, nos exime precisamente de la pena.

El día de retorno hicimos un alto en la celestial trapa de San Isidro de Dueñas para celebrar el santo sacrificio en la tumba del Beato Rafael Arnáiz, oblato trapense que hizo de su enfermedad el palenque de su santificación. Fueron momentos íntimos, preciados, henchidos de unción, nadie pestañeó, la capilla se envolvió de un nimbo sobrenatural. Finalmente emprendimos felices el retorno a la cuidad condal muy llenos de Dios y entusiasmados con nuestra espiritualidad.

PEREGRINACIÓN A LA TUMBA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

En el ígneo mes de julio nos desplazamos a Cuenca con motivo de una ordenación sacerdotal. Pernoctamos toda la noche en carretera. Intentamos dar alguna cabezada con la monótona nana del runruneo del motor. A veces se sumaba al concierto el estruendo de la tormenta y un electrizante rayo iluminaba la noche. Como no podíamos dormir, rezábamos. Fue como una especie de vigilia menor. Ofrecimos este pequeño sacrificio por la santidad del neopresbítero.

Tras la ceremonia y el besamanos disfrutamos de una frugal comida campestre y nos pusimos en ruta. Dejamos atrás la fantasmagórica silueta de la ciudad encantada que pendía sombría del horizonte y tomamos rumbo a Segovia. Al día siguiente nos esperaba la tumba del gran místico: San Juan de la Cruz. Antes, una fugaz visita a Tablada. Idóneo cuartel general para cobijarse en las sombras de la noche y oxigenar nuestras mentes.

Tras la alborada subimos jubilosos al autobús. Ofrecimos al Señor el rezo de Laudes como primicia del día. Después meditamos con las maravillas de la creación.

El tórrido mes de julio, aquejado de sequía crónica, no había agostado aún la mies castellana. A través de la ventanilla pudimos contemplar los montes y riberas, los bosques y espesuras, los prados de verduras de flores esmaltados…

Segovia nos recibió ostentando al unísono el majestuoso alcázar y la imponente catedral. Dos bellas estampas pétreas de nuestras raíces cristianas que imponían su hegemonía estética sobre el ramplón ladrillo moderno.

Como no encontrábamos el sepulcro santo le preguntamos al santo: -¿Adónde te escondiste amado y nos dejaste con gemido? Preguntamos también a los pastores allá por las majadas al otero si por ventura habían visto a aquel que yo más quiero.

Finalmente nos indicaron la ubicación. Cambiamos de dirección y hayamos el recoleto convento carmelitano. Allí reposaban los restos del santo. Quien se esperaba una tumba austera se llevó una monumental sorpresa, y nunca mejor dicho, pues era un monumento funerario grandioso. Admiramos un mausoleo espectacular de varios metros de altura, adornado con nobilísimos materiales. Una de las joyas del arte barroco español. Dios ensalza a los humildes.

Siempre los guías suelen ser simpáticos. En esta ocasión no hubo ninguna agria excepción. Nos recibió un alegre carmelita. Era un gran apasionado de San Juan de la Cruz. Nos dijo con mucho salero: -Quizá a ustedes les parezca demasiado ostentosa la tumba…pero a mí, teniendo en cuenta para quien es,… me parece poco

El P. Miguel Ángel celebró la Santa Misa, debajo de la tumba. Nosotros participamos con mucho respeto y devoción. En la homilía el Padre sintetizó en atinadas pinceladas la espiritualidad del santo. Todos memorizaron por los menos aquello de: Olvido de lo creado, memoria del Creador…y estarse amando al amado…

El recio camino de las nadas, que a veces nos asusta, es la receta mágica de la santidad. Que Dios haga de nosotros una obra maestra, a pesar de la pobreza de nuestros ingredientes. Tras una devotísima acción de gracias en silencio sepulcral, rezamos ante su tumba, o mejor dicho ante su escabel, pues la tumba quedaba muy arriba para nosotros y no éramos dignos.

¿Qué pedir? Que nos aumente la fe y un gran amor a la cruz. Y el santo pasó por nuestras almas con presura mil gracias derramando y con sola su figura nos dejó vestidos de hermosura. Reconfortados espiritualmente subimos con modestia al autobús rumbo a la capital barcelonesa. Dios estuvo grande con nosotros y estuvimos alegres el resto de la jornada.

MUNDO DE CONTRADICCIÓN

En los umbrales del siglo XXI la ciencia moderna se propone nuevos desafíos, los avances de la nueva era capacitan para fabulosas empresas, acrecientan el progreso de la humanidad, enaltecen al hombre, figura portentosa de creación. El desarrollo de la técnica, en todos sus aspectos, ha dado lugar al crecimiento de la producción mundial y al derroche desmedido de material básico para la vida actual.

La comodidad, el lujo, el placer, se han infiltrado en los repliegues de nuestra sociedad para muchos han pasado a ser valores absolutos. Todo vale y es lícito con tal que sea eficaz para acumular riquezas y alcanzar éxito individual. El hombre de las altas esferas quiere dominar el mundo entero, llegar a la cumbre del progreso, penetrar hasta lo profundo de las verdades, salir al espacio sideral para conocer los fragmentos indescifrables de una vida más allá de lo imaginable.

Mientras el hombre multiplica esfuerzos para avanzar en nuevas técnicas, para el incremento de sus riquezas, para descubrir nuevos mundos, no ha descubierto un mundo aún ignorado, un mundo de contradicción.

Vivimos en un mundo de contradicción, según estadísticas el 85 % de la riqueza del mundo se la distribuye el 33 % de la humanidad mientras que el otro 67 % de la humanidad se queda sólo con el 15 % de la riqueza mundial.

Podríamos resumir en una estadística global diciendo que de cada tres hombres dos pasan hambre. Si se repartieran los bienes del mundo entero en una población tres veces mayor a la de la tierra alcanzaría para cubrir suficientemente las necesidades de todos. Sin embargo la realidad es muy distinta. ¿Por qué si Dios ha puesto en el mundo suficientes bienes para todos hay tanta miseria y pobreza? El problema está en el hombre. El hombre destruyó el plan de Dios. Es necesario que los cristianos abracen esta realidad. Un cristiano de verdad no puede sentirse indiferente ante la necesidad de su hermano. Un cristiano debe abrazar un compromiso de caridad con sus hermanos machacados por el hambre y el dolor.

Para finalizar les voy a mostrar un esperpéntico ejemplo que habla bien a las claras de hasta dónde llega el deseo desordenado de lujo y de consumo superfluo del hombre moderno. Mientras tanto dos de cada tres de nuestros hermanos pasa hambre. Motivo de seria reflexión.

En el restaurante Estik, de Madrid, se sirve la hamburguesa más cara del mundo. Su precio es de 85 euros, y está elaborada con el solomillo de buey de Kobe, procedente de Japón. El animal tuvo muchos cuidados antes de convertirse en hamburguesa, desde baños en sake hasta masajes para relajar el tono muscular, sin olvidar una dieta exclusiva en la que incluía cerveza, pues según los ganaderos, ésta estimula el apetito de los bueyes y consumen más forraje. Los gourmets aseguran que la carne de buey de Kobe tiene un sabor incomparable, pues está considerada la mejor del mundo, además, no tiene casi nada de grasa.