miércoles, 11 de marzo de 2009

LOS SUEÑOS DEL BARÓN DE COUBERTAIN

Como conocerán muchos lectores el barón de Coubertin inmortalizó la frase: “Lo importante no es ganar, sino participar”. En esta sociedad de consumo tan competitiva, donde nos inoculan desde tantos ámbitos el veneno del triunfo a toda costa, es muy alentador meditar este sabio pensamiento. La caridad cristiana nos invita a amar al hermano como a nosotros mismos. Dios nos ha dado a cada uno unos talentos y hay que hacerlos rentar, pero sin menoscabar los de nuestros hermanos. Al que se le dio cinco se le pedirá cuentas de esos cinco y al que se le dio uno de ese uno. Lo importante es aceptar nuestra misión concreta y ser fiel a ella sin compararnos con los demás.

Extrapolemos el ejemplo del deporte a nuestra vida cristiana. Lo importante es esforzarnos en agradar al Señor, hacer lo que está de nuestra parte, con la ayuda de la gracia y si vienen las derrotas (las caídas) aceptarlas con humildad, arrepentirnos de corazón y tratar de ganar el próximo combate contra el mal.

Volviendo al tema, el barón de de Coubertin imaginó los Juegos Olímpicos como un acontecimiento de hermanamiento, solidaridad y amistad entre todos los países del mundo, a través del deporte. Este ideal de confraternidad es lo que se conoce comúnmente con el nombre de "espíritu olímpico" y es la razón que convierte esta cita deportiva en un evento de extraordinaria relevancia en todo el mundo.

El conjunto de personas, organizaciones y países que participan en los Juegos, con el objetivo de concretar el espíritu del hermanamiento universal a través del deporte, recibe el nombre de "movimiento olímpico". Todos los miembros del movimiento olímpico aceptan una serie de normas redactadas en la Carta Olímpica. También los deportistas deben mostrar su conformidad con los ideales del espíritu olímpico mediante un juramento simbólico, que fue introducido en los Juegos de Amberes de 1920. Desde entonces, uno de los atletas, en representación de todos sus compañeros pronuncia la frase: "En nombre de todos los competidores, prometo que participaremos en estos Juegos Olímpicos respetando y cumpliendo sus reglamentos con auténtico espíritu deportivo, para mayor gloria del deporte y honor de nuestros equipos".

Habría que preguntarse si el barón era un soñador, un iluso, el don quijote del deporte o más bien era un alma idealista, pero que tenía los pies en el suelo, conocedor de la debilidad y miseria humana. En mi modesta opinión me decanto por la segunda opción. Si bien es cierto que la tensión política internacional no ha permitido en algunas ocasiones vivir en plenitud este ideal* el balance general es muy positivo. El barón puso es listón muy alto y el sólo hecho de que se intente vivir el espíritu olímpico sería de alabar. Además en la historia de las Olimpiadas y del deporte se ha vivido en numerosas ocasiones. El sugerente lema, en donde tiene prevalencia el participar sobre el ganar, sigue vigente en el alma de todo buen deportista, que no por eso renuncia al laurel de la victoria lógicamente, y es aplicable a cualquier ámbito de la vida.

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