miércoles, 11 de marzo de 2009

PEREGRINACIÓN A LA TUMBA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

En el ígneo mes de julio nos desplazamos a Cuenca con motivo de una ordenación sacerdotal. Pernoctamos toda la noche en carretera. Intentamos dar alguna cabezada con la monótona nana del runruneo del motor. A veces se sumaba al concierto el estruendo de la tormenta y un electrizante rayo iluminaba la noche. Como no podíamos dormir, rezábamos. Fue como una especie de vigilia menor. Ofrecimos este pequeño sacrificio por la santidad del neopresbítero.

Tras la ceremonia y el besamanos disfrutamos de una frugal comida campestre y nos pusimos en ruta. Dejamos atrás la fantasmagórica silueta de la ciudad encantada que pendía sombría del horizonte y tomamos rumbo a Segovia. Al día siguiente nos esperaba la tumba del gran místico: San Juan de la Cruz. Antes, una fugaz visita a Tablada. Idóneo cuartel general para cobijarse en las sombras de la noche y oxigenar nuestras mentes.

Tras la alborada subimos jubilosos al autobús. Ofrecimos al Señor el rezo de Laudes como primicia del día. Después meditamos con las maravillas de la creación.

El tórrido mes de julio, aquejado de sequía crónica, no había agostado aún la mies castellana. A través de la ventanilla pudimos contemplar los montes y riberas, los bosques y espesuras, los prados de verduras de flores esmaltados…

Segovia nos recibió ostentando al unísono el majestuoso alcázar y la imponente catedral. Dos bellas estampas pétreas de nuestras raíces cristianas que imponían su hegemonía estética sobre el ramplón ladrillo moderno.

Como no encontrábamos el sepulcro santo le preguntamos al santo: -¿Adónde te escondiste amado y nos dejaste con gemido? Preguntamos también a los pastores allá por las majadas al otero si por ventura habían visto a aquel que yo más quiero.

Finalmente nos indicaron la ubicación. Cambiamos de dirección y hayamos el recoleto convento carmelitano. Allí reposaban los restos del santo. Quien se esperaba una tumba austera se llevó una monumental sorpresa, y nunca mejor dicho, pues era un monumento funerario grandioso. Admiramos un mausoleo espectacular de varios metros de altura, adornado con nobilísimos materiales. Una de las joyas del arte barroco español. Dios ensalza a los humildes.

Siempre los guías suelen ser simpáticos. En esta ocasión no hubo ninguna agria excepción. Nos recibió un alegre carmelita. Era un gran apasionado de San Juan de la Cruz. Nos dijo con mucho salero: -Quizá a ustedes les parezca demasiado ostentosa la tumba…pero a mí, teniendo en cuenta para quien es,… me parece poco

El P. Miguel Ángel celebró la Santa Misa, debajo de la tumba. Nosotros participamos con mucho respeto y devoción. En la homilía el Padre sintetizó en atinadas pinceladas la espiritualidad del santo. Todos memorizaron por los menos aquello de: Olvido de lo creado, memoria del Creador…y estarse amando al amado…

El recio camino de las nadas, que a veces nos asusta, es la receta mágica de la santidad. Que Dios haga de nosotros una obra maestra, a pesar de la pobreza de nuestros ingredientes. Tras una devotísima acción de gracias en silencio sepulcral, rezamos ante su tumba, o mejor dicho ante su escabel, pues la tumba quedaba muy arriba para nosotros y no éramos dignos.

¿Qué pedir? Que nos aumente la fe y un gran amor a la cruz. Y el santo pasó por nuestras almas con presura mil gracias derramando y con sola su figura nos dejó vestidos de hermosura. Reconfortados espiritualmente subimos con modestia al autobús rumbo a la capital barcelonesa. Dios estuvo grande con nosotros y estuvimos alegres el resto de la jornada.

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